La ética esta considerada como una de las ramas de la
filosofía mas importantes. El concepto proviene del termino griego ethikos, que significa “carácter”.
La moral esta entendida como “el conjunto de reglas, valores, prohibiciones, tabúes inculcados ya sea por las costumbres sociales, la religión o cualquier ideología” (Cañas 1998, p.2)
La moral esta entendida como “el conjunto de reglas, valores, prohibiciones, tabúes inculcados ya sea por las costumbres sociales, la religión o cualquier ideología” (Cañas 1998, p.2)
Los términos ética y moral (ethos y mos moris), provienen
del los griegos y romanos, en donde ambos identificaban estas palabras con el
sentido de la palabra costumbre y forman parte de las ciencias deontológica,
las cuales estudian a los seres humanos como deben ser (Ramos 1996, p.1)
Existen reglas que son impuestas por la sociedad y que son
estos los que juzgan lo correcto, lo incorrecto y lo que parezca justo. De
igual manera, implementa leyes con las cuales se logran mantener el orden. Y
así se ven involucrados con este sistema los intereses propios de la misma
sociedad y el fin común.
OBJETIVO
La ética puede ser: objetivo material que es el acto human
como fuente y como modo de llegar a los hábitos de costumbre, y el objetivo
formal, que es el mismo acto human pero regido por norma y principios que hacen
que el ser humano pueda ser aceptado en una sociedad.
De este
modo, los temas clásicos de la Ética son la naturaleza del bien y del mal, el
bien perfecto del hombre o fin último de todo su obrar, la ordenación del ser o
norma objetiva del obrar y el juicio de la inteligencia que la capta, que miden
la adecuación de los actos humanos con el fin último (ley y conciencia moral
respectivamente), las causas dispositivas del obrar humano (virtudes y vicios).
HISTORIA DE
LA ETICA
Mundo Antiguo (4500-1200 a.C.)
Características:
Preocupación por determinar lo
que está bien y que está mal, aplicando unos códigos morales, en caso de
infringirlos suponía un castigo.
Importancia del mito: la
explicación de por qué esta bien o mal está referida a la religión.
Los códigos/normas morales
vienen marcados por la tradición.
Los códigos se basan en las
leyes naturales e inmutables.
Egipto:
Sabiduría de Amenope.
Hay textos escritos que recogen
las normas morales.
Mesopotamia:
Código de Hammurabi
Hay textos escritos que recogen
las normas morales.
Grecia: (VIII-II a.C.)
Características (etapas):
Arcaica (VIII-VI a.C.)
Homero: escribe la hiliada y
la odisea en las que se defiende
la ética del mundo antiguo.
Héroes mitológicos con unos
valores (fuerza física, valentía, belleza, habilidad y linaje.)
Estos héroes deben ser imitados.
Clásica (V-IV a.C.)
Sofistas/presocráticos
Conjunto de filósofos que ponen
en duda los códigos morales del mundo antiguo.
Frente a la imposición surge la convencionalidad/relativismo
moral
Marco histórico:
Surgen las polis o ciudad
estado que se gobiernan a sí mismas
Surge el concepto de ciudadano.
La sociedad está dividida en
clases:
Alta nobleza
Burguesía, baja nobleza y
filósofos
Agricultores y comerciantes.
Extranjeros/metecos y esclavos à ciudadanos
Solo los ciudadanos intervienen
en política, según sea la moral de una sociedad variaran las leyes.
Sócrates:
Marco histórico:
Surge la ciencia ética que
intenta demostrar la existencia de valores absolutos (bien y justicia) e
inmutables para establecer una leyes.
Bien, felicidad y leyes.
Son valores que el hombre puede
alcanzar mediante el uso de la razón, sin se alcanzan el hombre es sabio y
virtuoso.
Intelectualismo moral:
Saber = virtud
Platón: (428-348 a.C.)
Se opone al relativismo
moral/sofista à defiende los valores absolutos
(bien, belleza, verdad...)
Expuso sus ideas en forma de
diálogos ficticios. Se deben cultivar los valores:
¢ fortaleza à
dominar sentimientos
¢ templanza à
dominar pasiones
¢ prudencia à
la razón
¢ justicia à
equilibrio de las tres
Aristóteles: (384-322 a.C)
Discípulo de Platón pero más
racional y menos abstracto.
Su ética tiene como finalidad
alcanzar la felicidad, la felicidad se alcanza buscando la sabiduría, porque es
propio del hombre el uso de la razón.
El hombre es un ser social:
animal político (= vivir y organizar una sociedad)
El campo de la ética debe ser la
política.
Helenistas: (Siglo IV-II)
La ética se vuelve de finalidad,
buscar la felicidad.
Las escuelas helenísticas:
Epicureísmo: (341-270 a.C)
Epicuro es el fundador (341-270
a. C.)
La finalidad de la vida es el placer
racional; limitando los deseos, superando el dolor y evitando las
preocupaciones, para conseguirlo es necesario tener una vida sobria sin crearse
necesidades.
Ética (la
ataraxia)
Individualismo,
Alejarse de las preocupaciones,
no comprometiéndose, por tanto no participan en política.
Tetrafármacos: (eliminar deseos y problemas)
No hay que tener miedo a la muerte,
meintras estemos vivos la muerte no nos afecta y cuando estamos muertos
tampoco.
No hay que tener miedo a los
dioses, porque ellos no se preocupan por nosotros.
El bien es fácil de
alcanzar y el mal fácil de evitar, solo hay que conformarnos con nuestra
suerte.
Estoicismo:
Formada por Zenón de Citio (S.
III a. C.) en Atenas.
Influye en los Helenistas y en
los romanos más tarde.
Defiende “El orden cósmico”
organizado por unas leyes inmutables.
Un hombre virtuoso será aquel
que respete estas leyes y se muestre imperturbable ante los acontecimientos. A
diferencia de los epicúreos se participan en política pero permanecen
indiferentes ante el éxito o el fracaso.
Los hombres deben tener una fría
racionalidad capaz de eliminar emociones y sentimientos, y aceptar estoicamente
lo que les venga encima.
San Agustín (IV-V d.C.)
El hombre, como hijo de Dios, es
bueno por naturaleza. Pero su naturaleza esta dañada por el pecado original que
provoca la tendencia al mal.
Para superar el pecado
original necesita de Dios.
2 ciudades à
terrenal (maldad, injusticia...)
à
de Dios (bondad, justicia...)
Santo Tomás de Aquino (1225-1274 d.C.)
Principios:
Todo ser obra por un fin, los
seres sin razón no son libres por lo que tienden a su fin movidos por su
instinto.
Las personas son seres con
corazón y voluntad libre, por tanto, son dueñas de sus actos.
Las personas intentan alcanzar
la felicidad eterna para ello es necesario cumplir nuestros deberes. Para
averiguar cuales son nuestros deberes hay que cumplir la ley natural
(universal, inmutable y evidente) nos indica lo bueno y lo malo a todos los
hombres. La podemos conocer mediante el uso de la razón.
Cumplir las leyes naturales
enseña al hombre su finalidad natural pero no su finalidad suprema (la unión
con Dios)
La ética adquiere su sentido último y
profundo a través de la religión.
Edad Moderna (siglo
XV-XVII)
Descartes:
Separa la razón y la fe. La
ética deja de estar influida por la religión.
S. XVIII: la ilustración: la
razón como única fuente de conocimiento apoya el individualismo.
Kant
Fundamentos:
El centro de la reflexión es el sujeto
pensante, es decir, el que genera conocimiento, ejerce la acción y decide
sobre ella.
El conocimiento surge del
sujeto.
No es la adecuación de mi razón
a la verdad. Es generar conocimiento de las cosas.
Siglo XIX Mundo contemporáneo
Liberalismo: libertad plena y total del
hombre (individualismo).
Economía à
capitalismo/liberalismo económico
Política à
democracia liberal.
Arte à el romanticismo.
Utilitaristas: ética basada en lo útil, es la
llamada “moral de bienestar”.
El bien es lo útil para el
individuo y para el colectivo.
El bien es buscar el interés
general.
Nietzsche
Cambio radical de los valores à
transmutación.
Nueva visión del hombre à
superhombre.
Moral de los señores: ética fundamentada en el
superhombre, este decide que esta bien o mal. Esta lleno de fuerza, vigor,
creatividad...
Rechaza todas las éticas
anteriores y especialmente el cristianismo y el judaísmo, porque cree que
defienden una “moral de los esclavos” (humildad, pobreza, obediencia...)
La voluntad del hombre es el máximo valor y niega otra
voluntad superior (Dios).
Da la vuelta a todo (la ley del
más fuerte)
Siglo
XIX-XX
Existencialistas: J.R. Sartre (1905-1980)
Defiende que el hombre está condenado
a ser libre, conforma va decidiendo construye su “código ético” y a
si mismo.
La moral no tiene que ver con
Dios.
El hombre es el que crea
valores, el valor máximo es el de la libertad junto a la responsabilidad.
El valor máximo no es mi
libertad es la libertad.
Mis actos repercuten en mí y en
los que me rodean.
Ellos dicen…
1.- MITOLOGÍA Y ÉTICA.
Muchos
estudiantes griegos aprendieron ética al hilo de la mitología. Todos los
relatos con que cuenta la mitología griega son extraordinariamente aptos para
la reflexión ética. Algunos no son precisamente edificantes, pero la mayoría
sirven para extraer muy positivas consideraciones morales aunque sea por
contraste. No está claro el crédito que los maestros de ética concedían a esos
cuentos legendarios, pero para el caso es lo mismo: a la vez que alimentaban
maravillosamente la imaginación y las mentes de sus alumnos -pocos pero muy
influyentes en el futuro-, servían también como meditaciones de hondo calado
humano. Los dioses podían ser interpretados como la personificación de los más
altos deseos humanos, de tal manera que lo que el hombre deseaba pero no podía
lograr, lo conseguían los dioses. A veces esos mismos dioses favorecían a los
pobres y despreocupados humanos y, en otros casos les entorpecían, cuando no
les quitaban completamente el libre albedrío. En muchas ocasiones pueden verse
dioses con sentimientos tan humanos que delatan por sí mismos quién los ha
creado. Pero sirve asimismo para ver con más claridad hasta dónde puede llegar
el hombre con su amor o con su odio llevado al extremo.
Unos cuantos
mitos servirán de ejemplo para estudiar algunas enseñanzas éticas muy claras:
El mito de Narciso: Narciso era un joven muy bello que
enamorado de sí mismo murió de inanición contemplándose maravillado en las
aguas de un estanque. Viéndose en el espejo del agua que reflejaba su belleza
corporal ya no fue capaz de otra cosa que seguir mirándose hasta perder a sus
amistades, su familia y la propia vida. Tiresias ya había advertido a sus
padres que Narciso tendría una larga vida si evitaba contemplarse a sí mismo.
Aunque el joven Narciso enamoró a muchas doncellas asombradas de su belleza, no
les hizo ningún caso. Una de ellas, la ninfa Eco, irresistiblemente enamorada
de Narciso y viéndose rechazada por él corrió la misma suerte, pues se dedicó a
vagar por las montañas y, dejando de comer adelgazó tanto que quedó convertida
en una voz capaz de repetir únicamente el final de las palabras que escuchaba.
En el lugar donde murió nació una flor llamada «narciso» que desde entonces
recuerda la belleza del protagonista del mito. El comentario sobre la
actualidad de este mito no puede ser más propio. La abundancia de espejos por
todas partes, de salones de belleza, gimnasios, clínicas de estética corporal
etc., prueba la existencia de múltiples Narcisos y Ecos. Y el final de esas
historias actuales también concuerda con lo narrado por el mito.
Lamentablemente existen demasiados enfermos y enfermas de egoísmo en clínicas
de rehabilitación. Anorexia y bulimia son enfermedades muy graves, como también
lo es el mirarse a uno mismo hasta perder de vista a los demás.
El mito de Prometeo y Pandora: Prometeo robó a los dioses las
semillas de Helios para que los hombres pudieran alimentarse. Indignado
Zeus por este robo ordenó la creación de Pandora, una mujer adornada de muchas
cualidades. Hefesto le dio forma, Atenea le cedió su ceñidor y la adornó lo que
pudo. Las Gracias y la Persuasión le dieron collares, las Horas le pusieron en
su cabeza una corona de flores pero Hermes puso en su pecho mentiras, un
carácter voluble y palabras seductoras. Epimeteo, hermano de Prometeo aceptó a
Pandora enamorándose perdidamente de ella a pesar de la advertencia que le
había dado su hermano de no aceptar regalos de los dioses. Pandora llevaba con
ella una caja sin abrir que contenía todos los males y desgracias (vejez, enfermedades,
vicios, tristeza, pobreza, crimen) que hasta entonces no existían en el mundo.
En un momento dado Pandora abrió la caja difundiendo todos los males por el
orbe y la cerró justo cuando iba a salir también la esperanza, con lo que la
humanidad se vio sumida en una realidad desgraciada. Como no salió la esperanza
la existencia de todos los hombres se convirtió en un drama.
El
mito de Las Sirenas: Las Sirenas son el prototipo de la seducción. Los
cantos de sirenas son esas sugerentes llamadas hacia algo muy atractivo, pero
que conlleva la destrucción. Todos los vicios se podrían definir como cantos de
sirenas porque prometen mucho y en realidad no dan nada, exigiendo de paso un
sometimiento incondicional. Ulises, sabiendo que iba a pasar con su nave cerca
de la isla de las Sirenas, y haciendo caso a la advertencia de Tiresias, ordenó
a sus marineros que le atasen al mástil del barco y que no pararan de remar hasta
haber sobrepasado la isla. Por si acaso, tanta era la precaución que se tomó
que, reblandeciendo un poco de cera tapó los oídos de los marineros para que no
escucharan la melodiosa voz de las Sirenas. Y es que Ulises conocía bien la
debilidad de los seres humanos que ceden fácilmente a la tentación que siempre
se presenta provocativa engañando fácilmente a todo aquel que, creyéndose
valiente no toma precauciones. Las Sirenas embelesaban a muchos con sus cantos
para después devorarlos y, Ulises, que imprudentemente no se había taponado los
oídos, al escuchar a las sirenas que le anunciaban que ya había llegado a Ítaca
dónde le esperaba su esposa Penélope, gritó a sus marineros para que le
soltaran e hizo lo imposible para desatarse, pero no lo consiguió. Y estos, al
no oír nada, franquearon el peligro. No hacen falta muchos comentarios para
deducir que las diferentes seducciones que a lo largo de la vida asaltan a los
hombres, con todo su atractivo, son cantos de sirenas; y todas las precauciones
son pocas si no se quiere terminar devorado por ellas. Pero ¿quién tiene la
fortaleza de atarse al mástil del barco o de taponarse los oídos con cera?
¿quién sabe alejarse con decisión de las fascinaciones que llevan a la ruina?
Para determinar el
comienzo de la filosofía, y por tanto de la ética, suele decirse que ésta
comienza cuando la humanidad da el paso del mito al logos. Lo que
esto quiere decir es que unos pocos hombres comenzaron a no conformarse con la
mitología para explicar el por qué de las cosas, y buscaron sus causas
naturales. Se debe añadir que filosofía y ciencia no se distinguen en sus
comienzos. Nacen a la vez cuando esos sabios pusieron en duda esos relatos
fantásticos y buscaron respuestas racionales naturales. Si, por ejemplo, se
ponía a llover y a tronar, esto no tendría que atribuirse al enfado de unos
dioses, sino a unas causas naturales que desde entonces se investigan con mayor
o menor éxito. Las predicciones meteorológicas fallan cada vez menos. Las
primeras teorías que esos filósofos aportaron pueden verse hoy como
rotundamente falsas y, sin embargo, ya no eran simplemente mitológicas. Si por
ejemplo, Tales de Mileto (639 – 546 a.C.) afirmó que todas las cosas provenían
del agua y a dicho elemento le atribuyó condición de origen del resto de la
naturaleza, en efecto, el filósofo se equivocó, pero su explicación pertenece
al ámbito de la ciencia y de la filosofía y no a la simple mitología. Si sus
discípulos rectificaron al maestro y trataron de exponer el origen del mundo
atribuyéndolo a otras causas, asimismo inciertas, también esas explicaciones se
revelaron erróneas, pero no eran tampoco mitológicas sino científicas. No
tuvieron otros medios para observar el mundo que les rodeaba más que sus
sentidos y su razón, y con esos medios, trataron de alcanzar alguna verdad y
consiguieron además sembrar la inquietud de seguir indagando. Los primeros
filósofos se ocuparon sobretodo de la naturaleza, y sólo mucho más tarde de la
antropología y consiguientemente de la ética.
El primer autor destacado que se ocupará del hombre,
de la ética, y consecuentemente de la política es Sócrates. Y ese interés por
la verdad sobre el hombre y sus respuestas le costará la vida a manos de sus
contemporáneos, los sofistas. Los sofistas eran considerados unos sabios
a los ojos de todos. Enseñaban retórica, el arte de convencer, como instrumento
para la política, y así, por las enseñanzas de Sócrates veían peligrar su
posición privilegiada. Pero Sócrates, una vez iniciado el camino de la razón y
de la objetividad no renuncia a buscar la verdad, el bien y la belleza, no para
unos pocos sino para todos. La mitología ha quedado ya como fabulación
literaria magnífica, pero
falsa. Mucho mienten los poetas, dirá Aristóteles. Sin embargo, no deberemos
despreciar la mitología. Como hemos podido comprobar, la buena literatura puede
muy bien servir a la ética cuando aborda los temas humanos de siempre. Y la
mitología la consideramos desde hace tiempo, literatura, literatura didáctica y
moral en la mayoría de los casos.
Sócrates (470 – 399 a.C.) ha pasado a la historia como un modelo de
hombre íntegro que prefirió morir antes que renunciar a sus ideas. Atenas le
condenó a muerte injustamente y él aceptó la sentencia con la conciencia clara
de su inocencia. Prefirió dar la vida como ejemplo de sometimiento a las leyes
antes que huir de la justicia o abdicar de su pensamiento. Sus amigos le
facilitaron la huida pero él rehusó y aceptó la muerte sin miedo. En la Apología
de Sócrates, su discípulo Platón relata el caso y la defensa que su maestro
hizo de sí mismo. Sócrates creía en la inmortalidad del alma y por eso no le
importó dejar esta vida dando muestra a sus discípulos de entereza moral. La
historia, con muy pocas excepciones, ha juzgado muy negativamente a los
sofistas y encumbrado a Sócrates.
En el fondo, su
condena a muerte se debió al enfrentamiento doctrinal que mantuvo con los
sofistas que no soportaban oír a Sócrates rebatiéndoles en el punto más vital
de su pensamiento. La controversia consiste en la búsqueda de la objetividad
socrática frente a la subjetividad y relativismo sofista. Dicho de otro modo,
los sofistas pensaban que la ley la hacen, caprichosamente, los hombres que
ostentan el poder sin más referencias y, en cambio Sócrates partía de la
existencia de una ley natural que puede y debe ser alcanzada racionalmente por
cualquiera que haga el esfuerzo necesario que todo trabajo intelectual
conlleva. Los sofistas enseñan la retórica y elocuencia necesarias para convencer, no
de la verdad en la que no creen, sino de lo que más convenga en cada momento.
Sócrates quiere enseñar la verdad.
Que sepamos,
Sócrates no dejó nada escrito. Lo que conocemos de este autor se lo debemos
casi todo a su discípulo Platón, y alguna referencia en los escritos de
Aristóteles. Las obras de Platón son diálogos entre varios interlocutores entre
los que destaca Sócrates que lleva siempre el peso de los argumentos, y la
conclusión de los mismos. Podría pensarse que esto es debido simplemente a un
mero homenaje del discípulo hacia su maestro, pero puede aventurarse la
hipótesis de que esto se corresponde con el reconocimiento de su pensamiento,
que es fiel al de su maestro. Nunca sabremos completamente qué es lo propio de
uno y del otro y, sin embargo podemos establecer que el intelectualismo ético
es socrático y que Platón lo asumió enteramente.
El intelectualismo
ético consiste en la convicción de que para hacer el bien hay
que saber lo que éste es. Según esta teoría ética, el que sabe lo
que es el bien, lo hace necesariamente. Y al revés, si no se hace el bien es
que no se percibe con rotundidad lo que significa, es decir, no se hace uno
cargo de lo que el bien supone. Los que discuten este principio aducen que, en
la práctica los hombres, aún sabiendo lo que tenemos que hacer sin embargo no
lo hacemos, y coligen de ahí que por eso somos libres, y que en eso consiste la
libertad. La cuestión no es sencilla. Da la impresión de que la historia se
desarrolla inconscientemente contando con ese intelectualismo ético, cuando
tanto se han esforzado los hombres en la educación de las generaciones, una
tras otra. Los Ministerios de Educación de todos los países buscan la mejora en
la enseñanza confiando en que si los niños y jóvenes aprenden más, serán
mejores y la sociedad avanzará en todos los sentidos. Cuestión distinta será el
contenido de los conocimientos más convenientes, pero todos parecen estar de
acuerdo en que saber más es condición necesaria para ser mejores. Por
vía negativa y con otro ejemplo se puede llegar a la misma conclusión: en los
establecimientos penitenciarios se busca que los internos se formen, adquieran
conocimientos prácticos y se eduquen en valores para que no vuelvan a
delinquir, es decir, para que sean mejores. Y también por vía estadística se
puede comprobar que entre los internos de las cárceles abundan los que poseen
una educación deficiente o muy escasa. Así pues, la conclusión lógica del
intelectualismo ético es que los «ignorantes» hacen el mal, porque no saben lo
que es «bueno». Y la propuesta social que pretenden es mejorar el conocimiento
a través de la mejora en la calidad de la educación, manteniendo que así mejora
la sociedad necesariamente.
El
pensamiento ético de Platón (427 – 347 a.C.) como es comprensible, se deduce de su
antropología, es decir, de su concepción del hombre. Pero no tenemos ninguna
obra de Platón que trate selectivamente de este tema. Su ética la hemos de
entresacar de su filosofía que por lo demás está repartida de forma no
sistemática en sus escritos. Sus diálogos abordan diversos temas en forma
literaria, pero no es difícil apreciar el fondo de su pensamiento. Ha quedado
para los estudiosos de la filosofía elaborar la sistematización de sus ideas.
Para el filósofo
griego el hombre está compuesto de dos sustancias, el cuerpo y el alma. Esas
dos sustancias son tan distintas como la materia y el espíritu y lo insólito es
que estén unidas siendo de naturaleza tan diferente. De la misma forma que el agua
y el fuego no se pueden combinar por su distinta naturaleza, asimismo el cuerpo
y el alma son irreconciliables y no pueden llevarse bien. Uno prevalecerá sobre
el otro. O bien el cuerpo manda y entonces ahoga el espíritu, o bien, mandará
el espíritu y entonces deberá someter al cuerpo como un jinete ha de sujetar a
su caballo, como sugiere el mito del auriga[1] que nos propone el filósofo griego.
Para Platón, el cuerpo es la cárcel del alma, pero ésta es espiritual e
inmortal y, por el contrario, el cuerpo material y compuesto. La muerte es
claramente la escisión de ambas sustancias y, mientras que el cuerpo se
descompone al separarse, el alma escapa hacia otra vida superior. También en
esto Platón parece seguir a su maestro Sócrates. La vida moral así entendida
consistirá en el trabajo del hombre por liberarse de la esclavitud material del
cuerpo y ascender, con la sola inteligencia, al mundo de las Ideas, mundo
espiritual que le es familiar al alma. De esta forma, el ateniense se declara
contrario al hedonismo[2] porque
supone que dar satisfacciones al cuerpo y sus pasiones impide al alma elevarse
hacia lo que le es propio, el mundo eidético o de las Ideas. La virtud se entiende
así como purificación, como combate del alma contra el cuerpo, combate de lo
espiritual que debe imponerse a lo material. El alma desea la verdad que no se
encuentra en el sujeto sino más allá, en el mundo de las Ideas, pero el cuerpo
tiene unas necesidades materiales inevitables que ha de satisfacer. De esta
manera para Platón la falta de virtud se puede identificar con la ignorancia.
En La
República, uno de sus más conocidos diálogos, Platón nos habla de las virtudes
principales que hacen referencia a las distintas partes del alma. El siguiente
cuadro es ilustrativo también para ver la relación entre ética y política:
Partes del alma:
|
Racional
|
Irascible
|
Concupiscible
|
Virtudes:
|
Prudencia/ Sabiduría
|
Fortaleza
|
Templanza
|
Situación:
|
Cabeza
|
Tórax
|
Vientre
|
Carácter:
|
Inmortal
|
Mortal
|
Mortal
|
Política:
|
Filósofo
- gobernante
|
Guardianes
|
Pueblo
llano
|
La prudencia
racional marca al individuo lo que debe hacerse, pero hace falta la fortaleza y
la templanza para llevarlo a cabo. El ejercicio constante de esas virtudes hace
al hombre y a la ciudad, felices. Si individualmente los hombres consiguen la
virtud y con ella la felicidad, también la ciudad, la polis lo será. La virtud
que parece faltar, la justicia, es virtud social y consiste precisamente en dar
a cada uno lo suyo, lo que significa que cada miembro de la ciudad cumpla su
papel y no se trastoque el orden que Platón considera natural: el gobernante
deberá gobernar prudentemente, el guardián cumplirá con moderada fortaleza las
órdenes del filósofo gobernante y el pueblo llano mantendrá su vida con
templanza, es decir, con moderación de los placeres sensibles. Si el orden se
invierte y por ejemplo quisiera gobernar un mero guardián, no lo haría con
prudencia y por tanto gobernaría mal. Mucho menos, si gobernara alguien del
pueblo llano no lo podría hacer bien, puesto que no conoce la Idea de Bien y
por tanto no está capacitado para saber qué es lo que más conviene hacer en la
práctica. Según el pensamiento platónico, la política va ligada a la ética, lo
que significa que el estado ha de organizar las cosas para que la educación
selectiva ponga a cada uno en el lugar que le corresponde, según el nivel de
conocimiento que alcance. Si el intelectualismo ético es verdadero, el filósofo
gobernará teóricamente bien pues conoce la verdad de la Idea de Bien. Para
Platón, solo es filósofo el que conoce la Idea de Bien.
Discípulo
de Platón, Aristóteles (384 – 322 a.C.) se aparta un tanto del maestro
en su filosofía, pero sin embargo su ética se basa asimismo en las virtudes. La
obra principal en la que desarrolla su pensamiento moral es la Ética a
Nicómaco que dedica precisamente a su hijo, que así se llamaba. La
ética de Aristóteles suele reconocerse como una ética eudaimonista. Eudaimonía
es una palabra griega que puede traducirse por felicidad pero el significado
etimológico es un tanto distinto: la partícula «eu» significa en griego «bueno»
y «daimon» demonio. No obstante, el uso que se hace de demonio no
es de la encarnación espiritual del mal, sino que más bien debe ser traducido
por ángel, suerte…
Tener buen ángel es
ser feliz entendiendo por felicidad un estado extremadamente difícil de lograr,
algo que no consiste en ser medio para otra cosa, sino que precisamente
es fin. Y el fin es el bien, que es lo que todos quieren conseguir.
El fin último del hombre es desde luego, el bien, la felicidad. Teóricamente
cuando se logra la felicidad ya no se quiere nada más y, en cambio, Aristóteles
percibe con claridad que la mayoría de los bienes que suelen perseguirse,
siempre se pretenden como medios para conseguir algo que se valora todavía más.
Si, por ejemplo, decimos que queremos terminar los estudios y con eso seremos
felices, probablemente no estamos siendo sinceros porque una vez lograda esa
meta, en seguida queremos otra, como por ejemplo lograr un buen trabajo, y
luego otra más, como por ejemplo casarse. Al final de esa larga cadena está la
consabida felicidad, el fin último del hombre.
El hombre es un ser
eternamente insatisfecho y sus deseos tantas veces mayores que sus
posibilidades. Para Aristóteles, la ética es una reflexión práctica encaminada
a la acción. Pero para cada ser debe desarrollar los actos que le hagan cumplir
lo que le es propio, según su naturaleza. La naturaleza de los
peces, por ejemplo, les permite a la vez que les obliga, a nadar y a vivir en
el elemento líquido que le es propio. Si los apartas de su lugar natural,
mueren. De la misma manera, el hombre posee una naturaleza exclusiva y sus
acciones deben ser fieles a ella. Pero, nadie discute que lo más propio del
hombre es su racionalidad, luego su conducta más genuina será pensar. De esta
forma, el autor griego postula la necesidad que el hombre tiene de pensar antes
de hacer, y a eso le llamará fronesis, prudencia, y
consecuentemente, eso es lo que tiene que hacerle feliz. Actuar prudentemente
llevará pues a la felicidad. Desde luego, también percibe Aristóteles que el
hombre no es sólo entendimiento pues posee un cuerpo material. De ahí que
postule asimismo otras virtudes menores, propias del cuerpo, que no hay que
despreciar.
Aristóteles está de
acuerdo con Platón en señalar a la prudencia como la virtud fundamental. La
prudencia es una virtud intelectual que señala siempre con suficiente precisión
lo que debe hacerse y marca convenientemente el punto medio entre el exceso y
el defecto del resto de las virtudes. Le llama asimismo virtud dianoética
porque entiende que la prudencia es la expresión de la racionalidad práctica. A
las demás virtudes les llamará virtudes éticas o morales y en todas se destaca
el hecho de ser hábitos, lo cual quiere decir que no basta realizar actos
valiosos pero aislados, sino que hay que lograr la costumbre de hacer el bien
continuamente. De ese modo, el hombre virtuoso es feliz porque se sabe
dominador de sí mismo.
Hedonismo
es una palabra
procedente del griego «hedoné» que significa «placer». Según esta
teoría ética, los hombres buscan el placer en todos sus actos y eso sería, para
los seguidores de esta teoría, lo bueno. Pero hedonistas los hay de muchos
tipos. Para algunos, el placer es algo meramente sensible con el que el cuerpo
se asegura la supervivencia individual; y comprenderían los placeres de la
comida y la bebida; pero también la supervivencia de la especie lleva
aparejados placeres fuertes derivados de la sexualidad. Otros hedonistas,
superando ese primer nivel puramente fisiológico, dirían que los placeres son,
además de los anteriores, otros más elevados como la fama, el dinero o el poder
o incluso mucho mejor, todos juntos. Una ética hedonista más profunda
estudiaría los placeres y trataría de investigar una posible jerarquía de los
mismos, procurando definir cuáles son preferibles. De esta forma se llevaría a
cabo una clasificación de placeres según su carácter.
Epicuro de Samos (341 – 270
a.C.) es el filósofo de
la antigüedad que más teorizó sobre el hedonismo. Fundó su escuela en Atenas en
un jardín. Epicuro ha sido en ocasiones muy mal interpretado. Es cierto que
este autor defiende que es el placer el más elevado objetivo que el hombre ha
de perseguir de cara a la felicidad, pero se suele pasar por alto la distinción
y clasificación que hace de los placeres existentes. Explica Epicuro cuáles son
preferibles y llega a la conclusión de que el placer hay que entenderlo más
bien de modo privativo, es decir, como ausencia de dolor. Lo que, en último
término hay que lograr es la ataraxia[3], la tranquilidad de espíritu, que sería
el mayor placer posible.
Una primera
distinción que Epicuro establece es entre placeres sensibles y placeres
espirituales. Y opina que son preferibles los segundos respecto de los
primeros. Los placeres intelectuales son mejores y de más calidad que los
materiales y corporales. Esa primera discriminación no la debieron tener en
cuenta muchos de los discípulos que justificaban ciertas bacanales organizadas
en su memoria. Por ejemplo, el poeta romano Horacio, llegó a lamentarse porque,
según comentó, en su juventud fue un puerco de la piara de Epicuro.
En concreto Epicuro
distingue entre placeres naturales y necesarios, los cuales hay que
satisfacerlos; placeres naturales innecesarios, los cuales hay que limitarlos y
los que no son ni naturales ni necesarios, los cuales hay que esquivarlos.
Entre los placeres naturales y necesarios Epicuro pone el ejemplo de comer,
beber, vestirse y descansar. Entre los naturales innecesarios el filósofo
griego incluye las variaciones superfluas de los anteriores, como comer
caprichosamente o beber licores y vestirse de manera lujosa. Y entre los
placeres que no son necesarios ni naturales se encontrarían todos los nacidos
de la pedantería humana como el deseo de enriquecerse, de obtener poder u honor
a toda costa, etc.
TABLA DE POSIBLES PLACERES
SEGÚN EPICURO
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|||
PLACERES
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Naturales y necesarios
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Naturales innecesarios
|
No naturales e innecesarios
|
¿QUÉ HAY QUE HACER?
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Satisfacerlos
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Limitarlos
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Esquivarlos
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EJEMPLOS
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Comer, vestir, descansar
|
Comer caprichosamente, beber licores, vestir con lujo
|
Riquezas, poder y honor
|
El
estoicismo debe su
nombre a la Stoa (Pórtico) de Atenas una escuela filosófica donde se reunían
sus partidarios por los años 300 a. C. con Zenón de Citio (333 – 264 a.C.)
hasta el emperador romano Marco Aurelio (121 -180 d.C.) y también Séneca (4 -65
d.C.) estaría incluido dentro de ella. Vivir conforme a la naturaleza es el
principio estoico por excelencia. Esta escuela buscaba la mejor manera de vivir
dentro de una naturaleza interpretada de modo materialista. La ética que se
desprende de la doctrina «física» del destino es de una cierta apatía
interpretada como desapego por todo lo que ocurre. Una ausencia de afección
como aproximación a la felicidad. Las cosas que ocurren no me deben afectar y
de hecho no me afectan si no quiero. No puedo dominar lo que ocurre fuera de
mí, no soy capaz de dominar a la naturaleza física, pero sí me puedo dominar a
mí mismo, si me ejercito en ello. El dominio de uno mismo constituye el reto
estoico a tener en cuenta. Tomando como punto de partida la fatalidad de la
naturaleza no podemos provocar que ocurra lo que deseamos. Vistas así las
cosas, la felicidad consistiría en liberarnos de los deseos, puesto que son los
deseos insatisfechos los que provocan en el hombre la infelicidad. La
conclusión que se sigue necesariamente será eliminar los deseos del hombre. El
hombre puede conocer lo que le pasa en su interior y esa introspección[4] es
el trabajo que debe tomarse para ser feliz, hasta dónde se pueda. Para estos
autores, el placer no podría ser considerado nunca un fin en sí mismo, -algo
que debiera buscarse-, sino más bien un resultado, es decir, algo que acompaña
a ciertas actividades susceptibles de ser en sí mismas buenas o malas.
Las pasiones alejan
al hombre de la felicidad porque le provocan desasosiego y le hacen perseguir
bienes materiales la mayoría de las veces imposibles. Según Crisipo las
pasiones son de cuatro tipos:
·
el dolor ante
el mal presente,
·
el temor ante
el mal futuro,
·
placer ante el bien presente y
·
deseo ante el bien futuro.
Con la razón el
hombre debe lograr la indiferencia ante los bienes exteriores y conseguir la
virtud interior. Todo lo que no sea virtud ni vicio no será tampoco ni malo ni
bueno. De esta forma, por ejemplo, la salud, la enfermedad, la riqueza o la
pobreza si no son debidos a virtud o vicio nos deben dejar indiferentes, pero
para distinguir bien estos asuntos es necesario aplicar bien la razón, la
sabiduría moral. Las virtudes que los estoicos consideran cardinales, es decir
fundamentales, son las conocidas: prudencia, fortaleza, templanza y
justicia.
Otra consideración
interesante de raíz estoica es que, como todos los hombres poseen la misma
razón, sólo puede haber una sola ley y una sola patria. El estoico es ciudadano
del mundo y no de ningún estado particular. A esta postura política suele
llamársele cosmopolitismo.
Dice
José Ramón Ayllón en su Introducción a la Ética que: «El cristianismo
no es una ética, pero la revolución religiosa que origina tiene, como gran
efecto secundario una extraordinaria revolución ética»[5]. La ética cristiana supone, en
efecto, mucho más que unos principios o reglas sobre la conducta humana.
El cristiano debe saber que la ética que debe practicar consiste en imitar a
una persona, a Jesucristo, que dio la vida por amor de los hombres. Ese Amor no
tiene medida, es un amor desmedido hacia cada uno de los hombres. Pero ante la
dificultad o más bien imposibilidad de lograrlo se alza la promesa del mismo
Redentor que asegura que lo que es imposible a los hombres es posible para
Dios[6].
En otras palabras, que el cristiano ha de contar con la gracia, con el favor de
Dios sin el cual no podemos hacer nada[7]. La ética cristiana puede resumirse en el
Sermón de la Montaña, lo cual hace ver que no se trata de una ética de mínimos
sino de máximos. La propuesta que Jesucristo hace a sus discípulos en el Sermón
de la Montaña es verdaderamente exigente, por no decir, utópica. Lo que se le
pide al cristiano es superior a sus posibilidades, por eso se requiere el
auxilio del mismo Dios, de su gracia. Dios ayuda al cristiano. El cristiano
puede contar con el favor de Dios, con su auxilio para vivir con la exigencia
sublime de superar el egoísmo. Por ejemplo, el mandamiento nuevo del amor, es
modelo del empeño que debe seguir un cristiano:Amaos unos a otros como Yo os he
amado[8].
Claramente ello implica dar la vida, o por lo menos estar dispuesto como
Jesucristo que afirma que nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus amigos[9]. Y
para eso hay una condición indispensable que el mismo Jesucristo enseña: negarse
a uno mismo[10] porque,
en efecto, si hay que seguir al Salvador y tomar la Cruz, eso no puede hacerse
con facilidad. Es imprescindible acabar con el egoísmo. Ya avisa el
nazareno: porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y el que
la pierda por Mí y por el evangelio, la salvará[11]
Hay una cuestión
añadida que necesariamente hay que indicar: así como los filósofos han aportado
sus teorías tratando de aportar su granito de arena en la búsqueda de la
verdad, el cristianismo, o mejor, el mismo Jesucristo sostiene que Él es la
Verdad, además de Camino y Vida[12]. Ningún filósofo se ha atrevido jamás a
decir algo así y de forma tan tajante. Una de dos: o Jesucristo es
verdaderamente el Hijo de Dios y por tanto capaz de hacer semejante afirmación,
o no lo es y entonces…. Pero Jesucristo no es sólo portador de ideas
atractivas, Jesucristo «encarnó» esas ideas y por eso tuvo y sigue
teniendo sus testigos. La palabra «mártir» significa precisamente «testigo».
Los mártires fueron capaces de afrontar la muerte violenta, como el mismo
Jesucristo, porque fueron testigos de sus enseñanzas, pero sobretodo de su
vida, muerte y de la resurrección sin la cual, nada tendría sentido. La
fragilidad de tantas propuestas filosóficas se cambia en el cristianismo por la
seguridad de la fe. Además de los motivos clásicos de credibilidad, la fe es
razonable también porque a tal Testigo se le puede y debe seguir. Pero para
eso, esa fe ha de estar acompañada de unas obras coherentes con ella, es decir,
una respuesta ética. Repetimos, el cristiano no se enfrenta él solo ante el
problema ético. Jesucristo va Él mismo por delante, le acompaña porque no sólo
es Verdad, sino Camino moral, y Vida de gracia.
Por otra parte, los
diez mandamientos de la antigua ley mosaica se resumen en la novedad evangélica
en dos reglas básicas que no son propiamente obligaciones onerosas sino
compromisos de amor: «ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí
mismo». Precisamente San Agustín llegará a describir la libertad del
cristiano con una sencilla propuesta ética: ama y haz lo que quieras. Y es
que el que ama, hace el bien necesariamente y lo hace libremente.
Los autores
medievales que reflexionaron más sobre la teología cristiana y le dotaron de
una base filosófica fueron probablemente San Agustín (354- 430) y Santo Tomás
de Aquino (1224- 1274). San Agustín en el siglo IV contó con el platonismo
tomado de un autor llamado Plotino. Santo Tomás, conocedor del platonismo,
tiene noticias sin embargo de Aristóteles a través de los árabes afincados en
la península ibérica. No obstante, al sospechar que el Aristóteles que le
llegaba por esa vía pudiera estar mal traducido o interpretado buscó a un
compañero dominico que le tradujera directamente del griego al latín las obras
del estagirita[13].
Las Confesiones, y La
Ciudad de Dios de San Agustín, fueron dos obras que influyeron muy
positivamente en el pensamiento posterior. En la primera, San Agustín relata su
camino de conversión desde el paganismo y maniqueísmo[14] y reflexiona sobre algunas teorías
filosóficas de su tiempo. La ética que se trasluce en esta obra autobiográfica
es muy personal. Parte de que Dios ilumina la conciencia de todos los hombres
para que estos le reconozcan en su interior: «Tú me buscabas fuera, y Yo estaba
dentro de Ti»[15].
Y otra cita célebre: «Nos has hecho Señor para Ti y nuestro corazón está
inquieto hasta descansar en Tí[16]». Así pues, San Agustín comprende
que las buenas acciones que el hombre está capacitado para llevar a cabo, en
realidad están sugeridas por Dios mismo, que le ilumina desde el interior. Pero
hay que seguir esas indicaciones. El hombre es libre de seguirlas o no, y de
esta manera es capaz de lo mejor y de lo peor.
El problema del mal
es abordado por San Agustín de forma magistral. El mal no tiene entidad; es
negatividad, ausencia de bien. De alguna forma el mal está emparentado con la
nada, pero la nada no es y por lo tanto el mal reside en un bien mayor, igual
que la enfermedad (mal) reside en un ser humano (bueno). El enfermo es un ser
humano al que le falta la salud pero sigue poseyendo otras muchas cualidades. Y
el mal físico no es el peor, para San Agustín puesto que el pecado, mal moral,
es la verdadera ignominia y la causa de los mayores desastres de la humanidad.
Pero San Agustín supera el problema por elevación. El “Ama y haz lo que quieras”
es una propuesta tan sencilla, como clara y exigente. En el amor se resume la
vida ética cristiana. Sabe muy bien San Agustín que el que ama ya hace después
todo lo que tiene que hacer y mucho más, porque el amor no se contenta con
cumplir. Esexcesivo y gratuito por sí mismo.
La Suma
Teológica es el resumen de doctrina católica que Santo Tomás legó a la
posteridad y constituye, todavía hoy, una obra de referencia en muchos
puntos, tanto de teología dogmática como moral, y siempre de obligada consulta.
Como es sabido, la teología requiere de una filosofía básica para desarrollarse
y, en este caso, esa filosofía es la aprendida fundamentalmente de Aristóteles
y desarrollada por el propio Aquinate[17]. En cuestiones morales sigue pues
básicamente la Ética a Nicómaco, si bien añade la gracia como ayuda sin la
cual no se pueden desarrollar las virtudes, no sólo las sobrenaturales, como es
lógico, sino también las cardinales. El cristiano debe contar con la ayuda de
Dios que recibe a través de la gracia. Esa gracia le viene por el canal de los
sacramentos y la oración y requiere verse acompañada por la acción libre del
sujeto. Esa gracia, más la correspondencia a dicha gracia que es la lucha
ascética cristiana, hace al hombre santo, es decir, sagrado, escogido por Dios
como colaborador libre de la redención de todos los hombres. Dios llama a todos
sus hijos a seguir sus pasos mediante la fe, y las obras que confirmen dicha
fe.
BIBLIOGRAFIA:
SANCHEZ VAZQUEZ,
ADOLFO ÉTICA Editorial Grijalbo, S. A. (1ª ed., México, 1969) México, 1974, 10ª
ed., 239 pp
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